Maya Jane Coles - DJ-Kicks


Gorra de lado, flequillos enhiestos y tintes de variado color, del rubio cobrizo al azul eléctrico, gafas de sol y perforaciones en la nariz, cadenas y sudaderas, y por supuesto unos tatuajes panorámicos que han hecho de su pecho una Capilla Sixtina para la aguja y la tinta fresca: desde el momento en que Maya Jane Coles ha subido en popularidad y su carrera como DJ se ha disparado como el mercurio a mediados de julio, parece como si esta polluela londinense, a punto de cumplir los 25 años, fuera sólo una cuestión de imagen, como una especie de suicide girl con oído para el deep house y buena presencia dando la cara en la cabina del club. Pero Maya Jane Coles lleva tiempo picando piedra en silencio, mostrando su cuidado look sólo al espejo de su habitación. Luego le oyes pinchar, y sobre todo admiras su temple ante los platos, cuadrando con atención y precisión matemática, y no hay que dar más explicaciones de por qué tiene rendido a sus pies al circuito del house. En este principado clubber, donde todo se rige por conceptos como pureza, elegancia y devoción por la música –casi estableciendo una conexión espiritual con la historia, la substancia y sus más dedicados protagonistas–, se admira a gente como ella, capaz de sacrificar sus mejores años por aportar su grano de arena a la causa.

Su historia es breve, pero meteórica: sus primeros vinilos, con fechas tempranas entre 2008 y 2009, se adecuaban al canon estético del tech-house, con texturas pulidas con primor hasta que irradiaban luz, el ocasional sample garage y mucha profundidad digital hasta ir depurándolo corte a corte, maxi a maxi, mes tras mes hasta dar la campanada con “Focus Now” (20:20 Vision, 2011) y “Get Away” (1trax, 2011), dos 12”s de los que pasan desapercibidos a menos que hundas la nariz hasta el fondo de las cubetas de house –una moda que el año pasado empezó a arder hasta conseguir la gran complicidad popular que este año ya es unánime, una vez los últimos reductos del dubstep se han pasado por completo y en masa al 4x4–. Este “DJ Kicks”, por tanto, no es más que la consecuencia lógica de ese ascenso propiciado por un talento especial en el estudio de grabación –Maya Jane se considera productora antes que DJ– y un acoplamiento ejemplar a la fórmula. Ella suena, tanto cuando produce como cuando pincha, a la continuación natural de un largo linaje de DJs británicos perfectos tanto en la forma como en el fondo: Terry Francis, Craig Richards, Ralph Lawson, estajanovistas del house, ávidos coleccionistas y DJs de raza para los que una sesión era como una lección de historia envuelta con tersura en una exhibición de estilo. Este “DJ Kicks”, que fluye como un río en primavera, es casi una pieza monolítica de exactitud y pulcritud: sólo cuando llega la primera ruptura dubstep, con el “Meant To Be” de Nocturnal Sunshine –un nuevo alias de Maya, por cierto–, se interrumpe una mezcla sin rasgaduras donde el beat se mantiene en la franja de los 120 bpms y lleva como guarnición bajos húmedos, chispazos vocales sutiles, armonías de sinte cuidado y una alfombra de terciopelo bajo los pies: asoman algunos productores conocidos –Kris Wardsworth, Phil Kieran–, pero en general todo es un trabajo de sondeo en las profundidades del underground de hoy, de escoger las piezas bien hechas y engazarlas una tras otras, como quien monta un collar de perlas.
Se agita la mezcla con el remix de Caribou para Virgo Four (“It’s A Crime”), una leve subida de bpms que arrastra un momento acid –“Hate Me (Muteoscillator Fairy Tall Remix)”, de Robeto Bardini–, y jazz-house revuelto y en tirabuzón en forma de “Guess Who” (Tripmastaz), y así hasta llegar hasta el puente dubstep: todo hasta aquí se siente como meter la cabeza en el agua y aguantar lo máximo hasta poder sacarla y respirar. La segunda zambullida se decanta hacia el techno salpicado con breaks de madrugada en calma –Last Magpie y “No More Stories”, con atmósfera burialesca; “Church” de Zoe Zoe, con voces muy James Blake– hasta depurarse en el espíritu Detroit más cristalino, aéreo y ensoñador con cortes de Gerry Read, Marcel Dettmann y Claro Intelecto, que clausura el viaje con “Hunter’s Rocket To The Sky”. Y esta conducción de la narrativa con una sintaxis de mezcla tan cuidada, esta selección tan rigurosa a la que sólo se llega amando esta música –equiparable a las míticas sesiones Tyrant en Fabric, y no su parte frívola de amaneceres en Miami e Ibiza y las borracheras con champán–, es la que sirve para consagrar a Coles como una DJ con un estatus superior al resto de su generación. Da igual si se pone la gorra del revés, se tiñe el pelo de rosa o se cuelga una cadena de oro de kilo: el alfa y el omega de esta historia es el house, y nada más que el house, y todo lo demás no importa nada.